La secundaria fue una etapa muy complicada para mí, no tanto por lo académico, sino por lo emocional y social. Entré a la escuela “Juan Rulfo”, y al principio todo parecía ir bien. En primer año, muchos de mis amigos de la primaria se quedaron en el mismo grupo, lo que me hizo sentir cómoda.
Ese primer año fue de los mejores: hice nuevos amigos, me llevé muy bien con la mayoría de los maestros y mantenía buenas calificaciones. Me sentía bien y confiada en ese entorno, y no imaginaba lo mucho que iba a cambiar después.
En segundo año todo se pausó por la pandemia. Comenzaron las clases en línea, lo cual fue difícil, pero aún mantenía contacto con mis amigos. No hubo muchas situaciones fuertes ese año, más que adaptarnos a la nueva forma de estudiar desde casa.
Tercer año fue el más complicado. Empezamos a regresar a clases presenciales, pero por bloques. Mi mejor amiga no iba los mismos días que yo, así que tuve que acercarme a otras personas. Me hice amiga de Angie y Emiret, aunque con ellas comenzaron muchos problemas.
Por defender a Emiret, que no era bien aceptada en el grupo, empezamos a ser víctimas de bullying. Nos pusieron un apodo ofensivo y toda la escuela nos reconocía por eso. Incluso nos excluyeron de la foto grupal, y en la fiesta de graduación nadie quería invitarnos. Fue muy doloroso. Al final, solo un amigo llamado Saúl nos apoyó. La orientadora no nos ayudó realmente, y cuando terminamos la secundaria, Emiret se alejó. Angie y yo seguimos juntas. Todo eso me afectó mucho: me fui a vivir con mis abuelos, rompí el contacto con mi papá, y me alejé emocionalmente de mi mamá y mi hermano.