A los cuatro años, mi mamá me inscribió en una guardería. Los primeros días fueron muy difíciles, ya que me costaba mucho trabajo separarme de ella. Lloraba constantemente porque no quería estar lejos de mi casa, pero poco a poco me fui adaptando.
Un día conocí a una niña que se convirtió en mi primera amiga de la guardería. Desde entonces, empecé a disfrutar más el ir a clases. Hacíamos muchas manualidades e incluso intentos de postres que me divertían mucho. Aprender se volvió algo entretenido y agradable.
Recuerdo con cariño mi primer cuaderno, que estaba forrado con imágenes de Justin Bieber. En ese tiempo, mis primas lo escuchaban mucho y como yo convivía mucho con ellas, terminé siendo fan también. Para mí era emocionante llevar algo a la escuela que me recordara a ellas.
Mi primer paseo escolar fue una aventura: fuimos a una granja. Llegamos en un camión que la guardería rentó. Ahí tuvimos la oportunidad de convivir con animalitos como conejos, ovejas y gallinas. Fue una experiencia muy especial para mí, algo que nunca había vivido antes.
Cuando cumplí cinco años, nos mudamos a Tecámac. Me inscribieron al kínder “Francisco Gabilondo Soler”, que me encantó desde el primer día. Tenía muchos juegos como resbaladillas y columpios, y también salones de talleres como música, arte y computación. Lo que más me gustaba era el comedor, donde nos daban de comer todos los días; mi platillo favorito era la crema de elote. Mi maestra Norma fue muy importante, me enseñó a leer, escribir, sumar y restar, y siempre me trató con mucho cariño. También hice varias amigas con las que solía ir a jugar a sus casas. En ese tiempo también nació mi hermano Alexis, lo que trajo una nueva etapa a nuestra familia.